Cartas Desde el Norte (capítulo I)

 

Al Principio

Apareció así sin más.

Vino del Norte y se quedó.

Al principio era extraño verlo ahí. Pero con el tiempo pasó a ser algo familiar, cotidiano, como las lentejas.

En las noches de invierno, con el cielo despejado, relucía como si tuviera luz propia. A veces me parecía que sus colores cambiaban de gama según el tiempo- Incluyo,  a veces creí ver cambios según el estado de ánimo.

Cortázar, mi vecino, no podía ni acercase. Decía que irradiaba un ‘nosequé’ que le daba como dentera o escalofríos. Yo le observaba con cara de asombro unos segundos y me echaba a reír a carcajadas. Cortázar, un tiarrón de dos metros, marino retirado, y la dentera,  no eran compatibles. La humedad del Tiempo la llevaba incrustada en sus manos.

 Eran otros tiempos.

La calle ha cambiado mucho ahora. La casa de Cortázar es ahora una boutique ‘chic’ abierta por un empresario de la capital. El descampado donde solía jugar de chico ahora es un jardín con columpios ultramodernos y losetas de goma en el suelo. No me entiendan mal, así es como debe de ser en estos tiempos, pero prefiero el descampado donde crecí.  Aquel campo de batallas imaginarias, aquellos circuitos trazados en la arena con las manos, los partidos donde las porterías se delimitaban con dos simples piedras, las chapas, las canicas, hacer los agujeros del ‘guá’ en la arena, mancharse de tierra y barro, salir a jugar a la calle con la merienda…Esa libertad de niños,  hoy perdida,  se echa de menos.
Aun así, la algarabía que se sigue oyendo en los parques infantiles cada tarde de sol, llenaba de hermosas sensaciones el rostro de Cortázar.

Mientras observaba como había cambiado todo en estos años, vi  aparecer a Alicia calle arriba. Sorprendido, dudé si salir a su encuentro o esperar a que llegara junto a mí por miedo a que no me reconociera. Sin embargo, antes de que me decidiera, Alicia levantó su brazo en señal inequívoca de saludo. Sonreí y comencé a caminar hacia ella.

Imagen: Xose de la Paz